Me acerqué a él por curiosidad. El niño me había estado observando toda la tarde mientras yo leí en el banco de la plaza. Estaba intentando descifrar las complejidades de El Aleph, encontrarle una explicación al universo que había encontrado Carlos Argentino. Pero la curiosidad del niño terminó por dinamitar mi incomprensión. Ya sentado a su lado le pregunté.
- ¿Cómo te llamas? –dije. Quería sonar adulto.
- J.L. – contestó sin decir más.
- ¿Pasa algo? ¿Estás perdido?
- No. Estoy donde debo estar –sentenció. Sonaba más adulto.
- ¿Entonces porque has perdido toda la tarde mirándome?
- Es que quisiera que me contestara algo.
- Dime.
- ¿Cómo hace para que, cuando cierra el libro, las letras no se mezclen, y así no se pierda todo el significado guardado en las páginas?
Pensé la respuesta. Me perdí en mi pensamiento. La lógica del planteo derrumbó no sólo mis aspiraciones a encontrar una respuesta, sino que me obligó a hacer un juicio categórico de mi escritura. Hasta aquí he llegado. No superaré ni el pasado ni el presente. Mis ideas son una mera aspiración ante semejante razonamiento. No seré más que esto, un simple imitador, un mediocre fabulador de pequeñas historias con finales irrelevantes. Jamás llegaré a impresionar a nadie. Jamás pisaré el recuerdo en el tiempo, pues el niño tenía razón, y aunque no la tuviera, no podría saberlo.
- Nunca lo sabré – le dije-, creo que nunca.
2 comments:
Otro libro de Borges, otro cuento: El libro de arena.
No eimb, no. Ya no fuiste un imitador, no te vas a convertir ahora.
Post a Comment