_Levanto la cortina del tren y el sol me golpea en la cara. Es temprano y decido ir a desayunar. El vagón de comida ya no tiene humo y luce como otro lugar. Me encuentro con las dos “Vickys” en una de las mesas. El pan está viejo y la mermelada tiene un gusto raro pero a esa altura dejan de importarme esas cosas. La manteca está pasable y el café reaviva hasta una llama (expresión local…). El paisaje cambió. Una larga llanura se extiende alrededor del tren. Sólo a lo lejos se ven las monumentales montañas. Vuelvo a mi asiento y en la tele están pasando la película de Los Simpsons. No es tan buena como dicen.
_El tren se detiene por última vez. Estamos en Oruro. Una ciudad de mala muerte que nos sirve como Terminal de salida para La Paz. Las vías de trenes fueron cortadas hace varios años y sólo podemos llegar por ómnibus. Caminamos desde la estación hacia la Terminal. El paisaje es desolador. Parece como si todo hubiera sido bombardeado. La lluvia anterior a nuestra llegada empeora aún más la cosas. La avenida principal, mitad barro, mitad cemento, está poblada de puestos. Es una gran mercado ambulante en donde se puede encontrar de todo. Frutas, pilas, carnes hervidas, coca. Caminamos unas cuadras por la avenida y doblamos a la derecha. Pagamos la entrada a la Terminal y en seguida conseguimos boletos para La Paz.
_Los baños de la Terminal son caóticos. No sé si lo que más me molesta es la mugre y las moscas o el hecho de que se tiene que pagar por ir a un baño público, y más a ése. Voy al primer cubículo que encuentro. Un asesinato había sucedido ahí. Cierro los ojos. Salgo cuanto antes. Voy en busca de alcohol en gel. Uno de los peores baños del viaje.
_En Bolivia parece muy común la sobreventa de boletos. El desorden es tal, que lo más recomendable es comprar tu boleto de ómnibus y sentarte lo antes posible en tu asiento, porque probablemente en cinco minutos ese mismo lugar sea vendido de nuevo. Fue eso lo que le pasó a Leti. Sentada, esperando a que arranque el ómnibus, se le acerca un lugareño reclamando su lugar. Ella, con su carácter arrollador, pone el grito en el cielo y va a reaclamar a la vendedora. El señor es ubicado en otro asiento.
_Camino a La Paz, decido tomar una siesta ya que no puede dormir nada. Soñé. No recuerdo qué. Pero recuerdo que disfrutaba cada momento de ese sueño. Hasta que de la nada, un fuerte olor desintegra toda aspiración onírica. Un señor, local, está parado justo al lado de mi asiento. El ómnibus no va con mucha gente pero él decide parase ahí. Su fuerte olor me desconcentra. Más bien me desconcierta. No puede conciliar el sueño. El ómnibus se detiene un par de veces por inspecciones policiales. Buscan contrabando. Ojala se hubieran llevado a ese señor, él escondía algo tras su campera de cuero…
_Llegamos Al Alto, una ciudad que está al lado de La Paz. Se podría decir que es la parte de arriba de la capital boliviana. La Paz está en un gran agujero entre las montañas, pero ha crecido tanto entre las cumbres, que ha llegado casi a fusionarse con El Alto. Es el suburbio de La Paz. El paisaje del Alto no varía mucho al de Oruro. La misma miseria y barro. Las casas de ladrillos rojos (ticholos) a medio terminar. Los puestos en la calle…
_El final del Alto, por lo menos por el camino que toma el ómnibus, nos deja en una carretera que va por el borde de una montaña. Del borde de la carretera para abajo, La Paz. A lo largo de un gran valle imperfecto, lleno de ondulaciones, se extienden miles y miles de casas a medio terminar, hechas con el mismo ladrillo rojo. Sólo unos pocos edificios se asoman, el resto es una gran mancha roja que sube y baja por las montañas. Estamos en La Paz.
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