La abeja me picó en la palma de la mano. Ella murió. Yo viví. Recuerdo que cantaba Honey Pie, tirado en la playa de la Aguada, pensando en qué diablos iba hacer el lunes; por qué había hecho lo que había hecho; qué debo hacer en el futuro; que ese yogurt que desayuné no estaba en muy buen estado como yo había pensado.
Sentir la puntada del aguijón penetrar mi arenosa piel significó el acabose para mí. Un dolor insoportable corrió por todo mi sistema nervioso directo a mi cerebro y en menos de una milésima de segundo ya estaba insultando. Ya no importaba Honey Pie; ni el trabajo del lunes; ni si ella no había contestado; ni siquiera un ligera certeza de mi futuro; y ni hablar de la potencial diarrea que podía tener por el yogurt de la mañana. Sólo quería que se fuera el dolor, nada más.
Ahora ando molestando abejas por ahí, esperando que alguna deje su vida por una buena causa.
1 comment:
Bien ya tenemos una nueva y doble causa: yogur matinal, molestar abejas. El buen sentido recupera su cauce...
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