_Me siento en el restaurante y ya estoy mal. Vuelven los mareos. José me recomienda comer pero yo apenas puedo pasar la Coca Cola caliente. Todos salen a pasear menos yo que me quedo a dormitando en el hotel. A las cinco me levanto y como mi plato del mediodía (que había pedido pero no comido). Ya son las siete para cuando vuelven mis compañeros a la habitación. “No te perdiste de nada”.
_La noche es tranquila. Me siento mejor. Nos juntamos todos en una habitación a charlar un rato. Algunos salen a un bar que queda a unas cuadras. Yo elijo dormir para guardar energía para mañana.
_El primer contacto con las calles de La Paz es raro. La capital de Bolivia es lo más parecido a India que he visto. Sólo faltan las vacas. Camino por el centro en busca de agua y galletitas. Necesito provisiones porque hoy visitaremos una ruinas que quedan a una hora de la ciudad. Se camina, en general, por la calle. Puestos de lo que sea pueblan las veredas y es casi imposible caminar por ahí. Sólo en las subidas y bajadas se abre un espacio en las veredas. La ciudad es básicamente llanos, bajadas y subidas permanentemente. Pero subidas y bajadas muy empinadas, de esas que duelen subir…, y más con altura. A todo esto hay que sumarle el tráfico. Taxis y camionetas (combis). Por el centro de La Paz casi no circulan autos particulares. Creo haber visto siete en mis días de estadía. Y a cada paso que se da por al calle se escucha o un bocina de un taxi o de combi obligándote a correrte -o te pisan-, o a una persona gritando los destinos de una combi asomado desde la ventana media de la camioneta –el guarda boliviano-.
_Listos en la recepción del hotel para visitar las ruinas, a José le falla el contacto y nuestra camioneta no llega. Decidimos ir a buscar una a la calle. Estamos de viaje al cementerio, para tomar un ómnibus desde ahí, en una combi semi-vacía cuando José arregla con el conductor, Oscar, que nos lleve él mismo directamente a las ruinas. Es así como conocemos a Oscar, que complacido de abandonar el atestado tráfico de La Paz nos lleva a Tiwanaku. Es un hombre de pocas palabras, pocos dientes, pero buena voluntad.
_Las ruinas son fenomenales. Los Tiwanakus montaron todo un templo abierto con pilares en las puntas que marcan por donde pasa el primer rayo de sol en los solsticios y los equinoccios respectivamente. Enfrentado a ese templo se encuentra una especie de subsuelo con paredes laterales llenas de cabeza de piedra. Algunas de personas, otras no se sabe de qué… Y al costado del templo se encuentra la pirámide de Tiwanaku, que está a medio descubrir. Visitamos el museo en donde se puede ver la gran estatua de esta civilización: un monolito gigante de 7 metros con millones de simbologías. Carlos, el guía, nos cuenta que en su asunción, Evo Morales, Presidente de la República Bolivia, visita las ruinas e ingresa al templo abierto por la puerta principal, lo que sólo podían hacer aquellos Tiwanaku de status alto…, todo un símbolo… Lo que más me extraña de estas civilizaciones era que la forma que tenía de demostrar estatus era por el tamaño de su cabeza. A mayor tamaño, más privilegio se podía tener. Así pues, a todos los niños se le colocaban de chicos apliques en la cabeza para que se les estirara más y así poder tener un futuro prometedor. Ojala fuera tan fácil.
1 comment:
Oscar=Pocas palabras+pocos dientes+buena volundad+UN ALIENTO A JAULITA DE OSO Q MEJOR NI SENTIR!!
Por Alá! cuanto lo extraño!!
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