Merecía morir. No había cosa que más me molestara en ese instante que el revoloteo histérico de esa asquerosa mosca.
Esperé tranquilo a que se aquietara, con un libro en mi mano izquierda y un marcador en la otra. No dudé en asestarla con este último, provocándole un golpe certero en el lomo. La mosca quedó quieta sobre la mesita de plástico del balcón de mi casa. Merecía morir… y vaya que murió.
Foto: La mosca. Shakespeare mira desde el marcador.
“¡Qué injusta que es la vida!”, pensó la viuda de la mosca, mientras lamentaba la muerte de su esposo con sus trescientos cuarenta y nueve hijos a su alrededor “¡Qué injusta…!”
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