Parecía que nunca iba a dejar de ver la televisión, pero de eso vivía Ernesto. Él era visualizador de uno de esos programas que se dedican a pasar lo que sucede en otros programas. Un círculo televisivo infinito.
La clave en este negocio es el canal que te toca visualizar. En este caso, como en la vida, Ernesto no tuvo suerte. La señal que tenía que ver todo el día para encontrar errores en sus programas era un canal de documentales. Si bien esto resultaba tremendamente educativo para Ernesto, todo lo que él podía sacar de ese canal nunca salía al aire, porque eran errores mínimos que en realidad a nadie le importaban.
Después de largas jornadas diarias de 14 horas, el fin de semana era descanso para él (todo el mundo sabe que los fines de semana no pasa nada en los canales de documentales). Lo único que tenía para hacer era o quedarse en su casa y ver la televisión, o salir.
Ernesto frecuentaba boliches. Intentaba encontrar a alguien que entendiera su vida, o que simplemente la cambiara. Empezó a darse cuenta de que cuando contaba de qué trabajaba, las mujeres no hacían otra cosa que rechazarlo. Por eso, y con ayuda de las lecciones del canal de documentales, lentamente se fue presentando como un famoso cazador de leones, como un reconocido explorador del amazonas o como un excéntrico biólogo marino. Ernesto hacía lo que siempre quiso hacer: ser otro...
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