Entramos a casa. Mi perro, ya sin correa, me siguió. Fui a abrir la puerta del ascensor para darme de cuenta de lo peor: no funcionaba.
Subir las escaleras no fue lo peor, lo peor fue darme cuenta de que al salir malhumorado me olvidé de que estaba la comida esperándome. Comí lasaña fría. La hazaña fue comer lasaña.
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