Despertó del sueño cuando su cuerpo chocó, boca abajo, contra el suelo. Hizo una especie de lagartija para ver por encima del colchón. Ella dormía tranquila. Su respiración era lenta y pronunciada. Casi no se la podía ver en la oscuridad, pero cada vez que aspiraba aire un pequeño montículo se asomaba, para luego desaparecer cuando exhalaba…
En el sueño, él caminaba por la vereda cuando una muñeca hinchable gigantesca le impedía el paso. Tenía un vestido rojo ajustado. No era de las clásicas que se ven por la tele. Esta era algo rellena (más allá del aire que tenía); una chica regordeta, con piernas anchas, grandes caderas y un escote prominente.
Rojo. La muñeca se expandía a toda velocidad y ocupaba toda la vereda. Él estaba inmovilizado. La presión que ejercía contra el suelo era tan grande que le era imposible moverse. Se respiraba goma. Rojo. Firme contra ella, podía sentir claramente cómo el aire ingresaba a la gorda, como cuando inflamos una bicicleta. Rojo. Con cada bocanada de aire la muñeca le iba apretando más las tripas. Rojo. Y al mismo tiempo cada envión de aire que ingresaba en ella significaba menos aire para él. Rojo. Rojo. Ro… La muñeca cedió y la onda expansiva de aire hizo que chocara de frente contra el suelo de su cuarto.
Se levantó sin hacer ruido y se fue al baño. Mientras orinaba miró por la ventana. Buscaba a la muñeca hinchable. Volvería a ver a esa gorda de vestido rojo. Impediría otra vez el paso. Ahogaría con olor a goma. Sentiría esa sofocación de estar inmovilizado contra la vereda y que sólo quede por dar la última bocanada de aire.
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