Fue en la biblioteca eterna que narraba Borges, que encontré aquel libro maldito que contaba una historia sin fin ni recuerdo. El centinela de la torre me lo dio no sin antes advertirme de su contenido funesto. Es preferible seguir su camino, dijo. No le hice caso.
Las páginas gastadas por el tiempo hablaban de las ideas. Del hombre y su lucidez. Los pensamientos no son de uno, dice el libro, son de todos. Nadie es más original que su antecesor. Todos estamos expuestos al mismo pensamiento, lo único que cambia es la forma de enunciarlo y el tiempo. El ser humano ya ha pronunciado todos los postulados posibles. El hombre, esa máquina tan perfecta y lógica, no es más que un invento obsoleto atascado en un círculo infinito si retorno.
Y yo me di cuenta, que en ese mismo lugar, quizás mil años antes, quizás horas después, alguien tendría la misma revelación.
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