Felipe ha muerto. Afirmación cruda si las hay. Pero es verdad. Al menos el médico lo dice. Y mi abuela siempre me ha dicho que hay que creerle a dos personas: a los médicos y a los de las noticias.
Su alma, luego de una vida de dudosa fe religiosa, llegó al cielo. Después de hacer los tramites pertinentes consiguió pasar. Ahora sólo le faltaba una cosa: la entrevista. Llegó temprano, pues a Él no se le puede hacer esperar mucho. Su número era de más de nueve millones de cifras, por eso la secretaria sólo le pidió las últimas diez.
Pasó. La oficina no era gran cosa. Quizá porque la monotonía de las paredes de nubes no se podía cortar ni con un cuadro, ni con un helecho. Se sentó y espero al llamado. Él habló. Pero claro, no lo pudo ver, lo que desilusionó un poco a Felipe.
- Bien, Felipe, bienvenido. ¿Cómo te sientes?
- Para estar muerto no está nada mal…
- Siempre con ese humor para cortar con tu nerviosismo…
- Perdón. No sabés lo difícil que es hablarle a una nube.
- Dime Felipe. ¿Cuál es tu deseo?
- ¿Cómo?
- Sí, ¿qué es lo que quieres?
- Pero… no entiendo…
- Cuando llegas aquí, tiene la oportunidad de pedir lo que quieras.
Felipe se rasco la pera un rato.
- ¿Puedo pedir lo que yo quiera?
- Sí, hijo mío.
- ¿Lo que sea?
- Sí.
- Y por qué no me comentaron esto en la iglesia.
- Felipe, si la gente supiera que cuando se muere puede tener lo que quiera, te imaginarías cuánta gente se suicidaría.
- Es comprensible…
- Bueno, pero vamos, dime qué es lo que quieres. La mujer más linda del mundo, un auto deportivo, vivir en una mansión con setenta baños…
- ¿Quién querría vivir en una mansión de setenta baños?
- Viene mucha gente vieja acá, para ellos los baños son importantes…
- Ah…
Felipe pensó de nuevo. ¿Qué era lo que quería? Su cara se iluminó de repente.
- Quiero que María me dé bola.
- ¿Cómo?
- María, mi compañerita de sexto. La del pelo rubio…
- Sé quién es. Lo que me pregunto es por qué quieres que “te dé bola”.
- Pues…, ese es mi deseo –afirmó Felipe con los brazos cruzados.
- Hum…
Hubo un silencio. Hasta que Él habló de nuevo.
- A ver, cómo decirlo… Si María, no te quiere, si te dijo que no, ¿por qué insistir? A mí me quedó bastante clara su postura. Si no te quiso en vida, menos te va a querer en la eternidad…
Él tenía razón…, claro. Felipe quedó perplejo. Después de un rato de discusiones salió de la oficina y se fue a su mansión de setenta baños. Él también tenía sus años.
1 comment:
¡Plas, plas!: aplauso.
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