Nunca entendí por qué en este país la publicidad de rulemanes y bujías tienen un espacio fundamental en la grilla de los medios. Pero es así. He crecido con publicidades de bujías y rulemanes. Es más. Soy capaz de afirmar de que bujía o rulemán fueron unas de mis primeras palabras.
Aprendí qué era un rulemán antes de saber qué era el amor. Conocí a las bujías antes que pedir para ir al baño. Lo raro era que nunca realmente había visto un rulemán. Sí una bujía, puesto que aparecen en una enorme gigantografía de una avenida. No así el rulemán, cuya imagen se me fue negada hasta hace unos años.
Debo confesar la importante decepción que me causó con conocer cara a cara un rulemán. Mi mente había creado una imagen de un producto monumental, una obra de ingeniería brutal que maravillaba a todos… Sin embargo, chocarme con esa diminuta pieza tiro para abajo mis conjeturas… Con la bujía, como dije, fue diferente. Ya conocía cómo era, pero claro, la imagen exorbitante creada por el cartel publicitario había movido mi cabeza a esperar algo grandioso… Y no, no lo era. Era tan o casi más chica que el rulemán.
Me dio mucha pena darme cuenta del engaño. Toda esa campaña publicitaria, todas mis esperanzas creada desde chico. Nada. Intento olvidar este episodio del pasado y cada vez que voy al mecánico, evito levantar la mirada por el taller.
P.D.: Hoy es Navidad, no espero ni bujías ni rulemanes en mis regalos…
2 comments:
Algo mecánico..., pero brillante.
Algo geek, pero gracias por ayudarnos a entender qué es un rulemán
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