Rayones de enero (9)

_El ómnibus va muy rápido. Un viaje que se hace en siete horas lo hace en cuatro y media. El paisaje es variado. Una larga llanura nos rodea al principio, después, nos adentramos a las montañas. El ómnibus juega a cruzarlas por los costados. Zigzaguea y se mete entre medio. Casi todas las montañas del sur de Perú tiene árboles. Los agricultores aprovechan esas zonas donde es difícil cosechar algo para plantar eucaliptos. Esto ha catapultado tremendamente la industria forestal.

_Llegamos a Cusco, ciudad turística. La terminal no lo es. La noche la hace aún más misteriosa. Llena de personas yendo y viniendo. Gente que te mira, te examina… Conseguimos taxi a la salida y logramos llegar al hostal. Las comodidades no son mejores que en Copacabana, pero por lo menos hay agua caliente. Compruebo que mi intestino volvió a la normalidad. Uno de los baños del hostal se tapa. Juro que no era el mío.
_La parte antigua de Cusco sí es turística. Es el único lugar que conozco en el mundo que hay un policía en cada esquina. Están por todos lados. Su única misión es cuidar a los turistas. Si un peruano se te acerca, se escucha un silbato advirtiendo al peruano. La policía te sigue si te metes por lugares oscuros de la ciudad vieja. Y si te ven perdido, se ofrecen a llevarte a donde quieras. Es increíble. Otra particularidad de Cusco es que hay una iglesia por cada plaza. Son un total de cuarenta. En la época colonial los españoles se propusieron evangelizar la capital Inca.

_Es tarde y decidimos comer. La noche en Cusco es fascinante. La movida se concentra en un par de boliches ubicados en la plaza central. La primera noche no resulta exitosa. Con Santi vamos a comer algo a una suerte de carrito peruano. Santi se pide unas hamburguesa y me convida con la mitad. Nunca había comido algo con tanta cebolla. Termino repitiendo cebolla toda la noche. Mañana visitamos las ruinas de Cusco. ¡Diablos, era mucha cebolla!