Mi padre siempre me lleva al colegio todos los días. Es un hombre serio, militar..., retirado. Rara vez me va a buscar. Al salir de la escuela, voy al mercado a eclipsarme con los colores de las frutas y a escuchar el pregón de los verduleros. Ese día no había ido al mercado. Menos a la escuela.
- ¿Qué tengo que hacer? –le pregunté al chico de gorra americana.
- Te quedas aquí y actúas como si nada.
- Yo no sé actuar.
- Ellos tampoco.
Alguien gritó acción. Un montón de personas pasaron. Dos hablaban sin parar. Los demás los rodeaban en silencio. Yo me quedé parado como si nada, como me habían dicho. Pensé en el día siguiente. En que finalmente iba a poder comprar algo en el mercado con el dinero que me iba a dar el chico de gorra americana. Capaz que un regalo para mamá. Algo para mi hermanita chica. Quizá una muñeca. O caramelos. Muchos caramelos. Alguien gritó corte.
Llegué a casa pero mamá no estaba. Mi hermana tampoco. Papá se levantó del sillón de un salto. Te fui a buscar a la escuela y no estabas, dijo. Yo sabía lo que me esperaba.
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