Se acuerdan de Buenos Vecinos. Ese culebrón barato con Moria Casán y Hugo Arana. ¿Moria Casán y Hugo Arana? No pega ni con “posipol”. Pero no importaba, porque era la primera “novela” de Tinelli y sólo por eso tuvo éxito. Era lo mismo que Los Roldan, pero sin el trava de Flor de la V (si no contamos a Moria, claro).
Lo cierto es que siempre tuve envidia de esa relación cordial entre vecinos que se dan en la ficción. Son todos amigos, todos se prestan todo, ta todo bien. Como en Costumbres Argentinas, otro culebrón de Tinelli, que cuando alguien perdía el laburo se iba a trabajar al café de Carlín, total, somos todos vecinos, ta todo bien.
El tema es que yo no tuve ni tengo esa relación con mis vecinos. ¿Por qué? Ni idea. Como vivo en un edificio, encontrarme con un vecino forma parte de la rutina diaria. Los conozco a todos, pero nunca llegué a decir más que un “hola”.
Creo que lo que hace más difícil la relación con mis vecinos es el hecho de que ellos pueden escuchar como me comporto en mi casa. Por ejemplo, cuando me baño, y como todos, canto canciones como un desaforado; no me quiero encontrar con alguien no conozco y que ya me escuchó cantando El alma en dos de Trotsky Vengaran en la ducha. No está bien, no es normal, y por sobre todo, me da mucha vergüenza.
Es por eso que se crean situaciones del día a día que nos ponen –al vecino y a mí- en una posición incómoda. Por ejemplo, la ya clásica situación del ascensor. Siempre que me toca compartir el ascensor con algún vecino pasa lo mismo. Situación:
El vecino se sube al ascensor conmigo.
- Hola –me dice.
- Hola –le respondo.
Pasan segundos en donde el silencio se corta con un cuchillo (tensión). Empiezo a mirar al techo, como si fuera la Capilla Sixtina. De pronto, y sin que pueda hacer nada, el vecino saca un tema más que trillado y gastado en los ascensores del mundo.
- Qué tiempo loco che –dice el vecino, tratando de demostrar que era un ser sociable.
- Si, ¿no? No se aguanta –respondo yo, para no quedarme debajo de su escalafón social.
Es que mucha cosa más no se puede decir. Qué quieren que le diga: “Como me barreno a la del segundo” “Che, ¿viste a Gilberto Vázquez?” “Que flagelo la pasta base”. No hay mucho que decir.
Continué mirando el techo, hasta que llegamos al piso del vecino.
- Ta luego, chau –dijo él.
- Chau, nos vemos.
“Chau, nos vemos” ¡Qué mentira! No queremos que vuelva a pasar eso. No queremos ponernos en esa situación incómoda de nuevo.
Pienso que de una vez por todas debemos cambiar esa situación. Por un solo segundo, y ahora me dirijo a todos los que sufren esta situación, deberíamos ser sinceros, honestos con nuestro vecino. Hay que decir la verdad. Nada de “Chau, nos vemos”. Tendría que ser “Bueno, espero que esto no vuelva a pasar, perdón” o ser aún más sinceros y decir “Discúlpame, la próxima vez, uso la escalera”
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