Cada vez que muere un amor, baja la tensión de la luz. Sería muy difícil para mí explicarlo, pero he empezado a asimilar esta realidad. No sólo sucede en las casas de familia, en donde los desamores podrían considerarse cosa de cada día, sino que esto se manifiesta con más normalidad en sitios públicos. Esta lógica deducción se desprende de la poca lógica que tiene el amor. Es decir, el desamor nos golpea tan de sorpresa como el amor.
Un día recuerdo que estuve en un ascensor con tres personas a la vez. Subíamos los tres hasta el piso catorce. A la altura del piso ocho la luz del elevador tintineó sutilmente. Miré a mi costado y comprobé que el señor de traje, con su maletín en mano, lucía una cara de congoja. Algo parecido me sucedió cuando viajaba en un ómnibus repleto de gente. Recién me subía cuando las luces temblaron por un momento. Busqué a la víctima pero me di cuenta de que sería imposible ya que, debido a la intensidad de la manifestación eléctrica, en el transporte seguramente habría más de un alma partida.
Pero no fue ninguna de estas situaciones las que me motivaron a poner esto por escrito. Me disponía a escribir una carta sin mucha importancia cuando, en la soledad de mi casa, la única bombita que iluminaba mi espalda, dejó de brillar por unos instantes, y yo sentí que ella tenía razón.
1 comment:
Hace dos semanas comía invitado en una casa y la bombita que nos iluminaba estalló por un subidón de tensión.
Comprendo ahora que allí creció súbitamente el amor.
Post a Comment