El dictador leyó las medidas prontas de seguridad sin vacilar: A partir de ahora, todo niño dejará de usar chupete.
Las protestas no se hicieron esperar. Los llantos duraron toda la noche, los pañales no se cambiaron y lo biberones no se lavaron. Pero el dictador no cedió.
Los bebés tuvieron que ceder. Empezaron a caminar. Se hicieron niños. Sus dientes les crecieron y comenzaron hablar. Se acabó la revolución.
Así se termina la inocencia de un niño, con una sablazo dictatorial que termina con esa época maravillosa. Benditos sean lo que no sufren todavía las censuras de esos dictadores, también conocidos como padres…
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