El calor aplasta Montevideo y mi conciencia. Salir a la calle resulta inhumano. Nos convertimos en un objeto incandescente que nos encandila a nosotros mismos.
En el techo de mi cuarto está el ventilador girando. Girando sin parar. Amenazando con caer en el siguiente giro. No lo soporto. No me molesta tanto el giro sino el silencio. No hace ruido. Gira y gira. Y muy calladito. Yo lo miro desde mi cama con el reflejo involuntario de cubrirme en el instante que caiga. Y él sigue girando.
De las cuatro luces que tiene, sólo brilla una. Las luces han pasado, y sin embargo sigue girando. En silencio. Y aunque ha girado hasta el cansancio sigo viendo polvo en él, está tan sucio... pero no se detiene... sigue girando... una hélice de helicóptero lista para arrancarme la cabeza... uff, sí que hace calor.
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