La tienda quedaba a mitad de cuadra. Un conejo, le dije a mi padre. Miró haciendo un movimiento raro con las cejas. Me tomó con sus manos amarillentas y dijo que debía tener un perro. Que un conejo me mostraba como un débil. Lloré días por mi conejo. Cuando volvimos a la tienda me acerqué a las jaulas. Estaban llenas de algo parecido a virutas gigantes, como si le hubieran sacado punta a millones de lápices enormes. Tomé al conejo del estómago, con firmeza . Él es…
Vivíamos en un gran apartamento sobre la costa. Papá era dueño de la casa de cambios del pueblo. Había comenzado el negocio trocando monedas en la calle y después de años se convirtió en el hombre más rico del pueblo. Yo por mi parte me dediqué a seguir su sombra. Tomé un puesto menor en la casa de cambios pero pronto mi padre supo que lo mío era el dinero.
El día que compramos el conejo, por la tarde, lo había perdido. Era chico y no pensaba que necesitaría una correa para salir a la calle. Bajé a la playa a buscarlo. Mey lo había encontrado.
- ¿Qué clase de nombre es May?
- Soy de afuera.
- Es muy lindo.
- Gracias.
Papá enfermó. Sufría algo de los pulmones. Tosía con frecuencia y su gran pecho temblaba de forma hipnótica. De joven lo veía como un hombre robusto, invencible. Ahora estaba apagado, decaído. Un día tuvo que faltar al trabajo. Ese día fui por primera vez jefe. A partir de ahí él estuvo cada vez menos en el trabajo.
May había entrado al colegio cuando estaba en tercero. Nos hicimos buenos amigos. Pasábamos siempre las tardes juntos. Su madre nos daba chocolate caliente con una torta diferente cada día.
- Mamá nunca estuvo.
La persiana del cuarto de mi padre ya no funcionaba. Él se negaba a arreglarla y yo no entendía por qué. Tenemos dinero. Tenemos todo lo que queremos. ¿Por qué no quiere arreglarla?
Una tarde besé a May. Ella me miró y me dijo que no sabía qué hacer. Ya estábamos terminando el liceo. Ella quería estudiar economía. Yo no quería que se marchara…
- Mi padre es dueño de una casa de cambios, ¡puedes trabajar ahí!
La persiana seguía rota. El cuarto estaba oscuro, lúgubre. Compré las medicinas para mi padre, pero él no las quería tomar.
- Estoy bien, eh…
- No, no estás bien, ¡tiene que tomar esto!
- ¿De dónde has sacado eso?
- Del doctor.
- Ah…
- ¿Me vas a ayudar a ayudarte?
- Yo estoy bien.
- ¿Por qué no quieres reparar la persiana?
- La persiana está perfecta.
Mordí mi labio inferior por un segundo. Todo lo hago por él. El negocio. El médico. Las medicinas. ¡Me he quedado en este maldito pueblo por él! ¿Por qué no quiere arreglar la maldita persiana?
- ¿Vas a tomar las pastillas?
- Hijo, estoy bien.
- Me voy a casar con May. Hoy le propuse matrimonio.
- ¿May?
- ¡Cuando algo de todo esto te importe, avísame!
Cerré la puerta del cuarto y me encerré en el living. Tomé un vaso de whisky y me senté en el sofá mirando fijo al líquido amarillento. Levanté la mirada y allí estaba, sentado en el sillón de enfrente, sobresaliendo por el tapizado, el conejo. Estaba mordisqueado una zanahoria .
- ¿Quieres un poco?
- Claro que quiero…, gracias.
No comments:
Post a Comment